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sábado, 25 de noviembre de 2006

Egolandia II.

Salí del trabajo, iba tristísima.

A la orilla de la banqueta, un anciano, deteniéndose más por milagro que por el bastón, me detuvo a mí.

"El camión me dejo en el súper Universidad, pero yo le pedí que me dejara en el de Leones. Me ignoró, como no puedo hablar fuerte, no me hizo caso, pensó que no sabría cual era el súper que yo quería", compartió conmigo invadiendo inesperadamente mi ventanilla.

No dudé: "súbase, yo lo llevo", dije hallando el consuelo mas eficaz para mi vidita ensombrecida.

El señor cargaba un costal roto con matitas de sábila - lo supe después-. Un olor de varios días -en el mejor de los casos- de no bañarse, y una soledad patológica, lo acompañaban también.

Mi miserable persona le dijo 20 minutos después: "Aquí esta el súper Leones. ¿Es aquí donde quería llegar?"

Él dudo un poco, dijo que creía que si, y tembloroso pero seguro sacó una matita de sábila del misterioso y roído costal para ofrecérmela como único pago posible.

Gracilmente rechacé su oferta y con la crueldad que caracteriza a los vivimos en Egolandia le di un fuerte y rotundo: "qué le vaya bonito, Dios lo bendiga".

Tembloroso y nada seguro guardó su matita, me dio las gracias honestas que hace mucho no sé dar, y se quedó viéndome partir, alegando en voz bajita algo como que aun caminaría mucho, o que no sabia a dónde ir, no entendí, menos me importó, yo había cumplido ya con la engorrosa y practicamente santa labor de ayudar a un viejo vagabundo -o algo similar- con mi inmensa grandeza, lo demás (como interesarme realmente por el lugar al que iba y qué comería esa tarde) era demasiado.

Arranque el Lunamóvil y al ver por el retrovisor, mi sorpresa fue grande: el vagabundo caminando sin bastón.

Hay testigos que pueden afirmar que Dios, con un brazo sostenía al anciano y con la mano libre sostenía la matita de sábila que minutos antes me ofreciera a mi.

Sin mucha sorpresa después, comprendí que Dios prefiriera acompañarle a él, que venir conmigo.


Luna Insignificante.